El terror siempre se ha relacionado mucho con las películas de bajo presupuesto o serie B. Te explicamos por qué esta es la mezcla perfecta
Seamos sinceros. Todos alguna vez hemos visto una película de terror, seamos o no grandes entusiastas del género. Quién no recuerda la amplísima y macabra sonrisa de Jack Nicholson en el papel de Jack Torrance blandiendo un hacha y descargándola una y otra vez contra los tabiques del Overlook en busca de Wendy o a Regan McNeil volteando la cabeza 180 grados bajo el influjo de la posesión del demonio Pazuzu.
Estas dos películas, junto a otras a las que podríamos añadir el cuchillo atravesando la garganta de Mary Crane en Psicosis, forman parte del grupo por todos conocido y que se caracteriza por la superproducción que, de alguna manera, asegura unos números nada desdeñables en taquilla. prueba de ello es que detrás de estas cintas se encontraban nombres de la talla de Stanley Kubrick, William Friedkin o Alfred Hitchcock, todos ellos reputados cineastas de su generación y de la historia de Hollywood por extensión.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando no hay tanto dinero, cuando las producciones no pueden permitirse grandes gastos en maquillaje, puesta en escena o guion? ¿Qué sucede cuando el presupuesto de partida es tan limitado que no permite ningún tipo de virguería a nivel técnico? Pues que es aquí cuando surge el llamado cine de serie B. Este es caracterizado, como su propio nombre indica, por quedar relegado a un segundo plano en el apartado más técnico, un plano que se evidencia generalmente por varias características definitorias.
La magia
En primer lugar, un equipo muy reducido compuesto por un director que normalmente también ha hecho las veces de guionista e incluso ha participado en algún otro departamento. Y, en segundo lugar, por un estilo muy único, falto de iluminación y de recursos visuales que crean una atmósfera única que muchos espectadores prefieren.
Es aquí, muchas veces, cuando surge la magia. El bajo presupuesto permite crear escenarios únicos, tan sórdidos como las condiciones en los que las escenas han sido rodadas y que resultan mucho más verosímiles que los de las producciones caras. Así, por ejemplo, nació la película Saw, de James Wan. Esta, posteriormente, terminó convirtiéndose en una de las franquicias más aclamadas del terror comercial. Partió de un baño municipal en condiciones sanitarias deplorables para levantar un guion de escenario único que nadie puede dejar de ver.